Las leyes del mundo se transforman cuando uno se halla
frente a situaciones que obligan a tu mente a pensar.
¿Y qué es pensar sino figurar, imaginar?
Claro, porque se imagina con el magín. Ése no nos va a fallar.
¿Y qué es imaginar, sino tener una visión del mundo propia, peculiar?
Entonces, pensar e imaginar son actividades que nos definen,
que dan forma y configuran nuestra individualidad.
No cabe hablar de derechos y obligaciones. El pensamiento es libre
y el expresarlo también; cuando éste es expresado con altura y propiedad,
no hay nada que temer.
Sin embargo, las mentes mediocres pretenden limitar el pensamiento,
arrinconarlo en cubiles propios de fieras y enfermos. No soy partidario
de la represión de los sentidos, de los sentimientos, de las emociones ni mucho menos del pensamiento.
Soy un espírtu libre y, como tal, puedo discurrir y discernir, orar cual
recitador de las Catilinarias, cual un Demóstenes antes de la decisiva
Batalla de Queronea, cual un Baltasar Gracián en el Siglo de Oro de
España o como Zorrilla, en su discurso de aceptación de miembro de
número de la Real Academia Española de la Lengua (discurso, dicho
sea de paso, hecho completamente en verso).
Versificar, orar, dar con la clave heurística un pensamiento nuevo: he
ahí el privilegio del lenguaje discursivo y el temor de los mediocres. Yo no
me arredro ante las amenazas de las medianías ni mucho menos ante
los temores de quienes no tienen suficiente materia gris para rebatir
mis ideas.
© Gustavo Bonelli
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